Todo
fue organizado pensando y comparando un viaje a Villaguay, unas 8 horas pero un
poco más largo, como 12000 km, es como media tierra. La pucha, eso si que es
mucho. Es algo tan irreal.
Pero lo
que más me queda, es las ganas de volver alguna otra vez. Ya se verá!!. Pero quedo
un pendiente que fue la Medinat Azhara en Córdoba, era algo que quería ir si o
si, de la época árabe en Andalucía, pero se me complico por un día de lluvia y
por no saber que día vivía. Justo el dia que estaba y tenía programado ir,
estaba cerrado.
Les
dejo como despedida el disparador que me hizo querer conocer tal lugar. Tal
cual me lo conto Salma.
AZAHARA (buscando a alguien) Abderramán... Abderramán,
al-nasir... tampoco hoy has venido. Mil treinta y cinco veces han florecido los
almendros desde que yo me fui. Desde que yo cerré los ojos y tu mano, Abderramán,
cubrió mi rostro con el último velo. Mil treinta y cinco veces he retornado a
esta ciudad donde hicimos un pacto que tu estas quebrantando. Abderramán ¿donde
te fuiste? ¿Donde te has escondido? si quedaran en pie las columnas de
entonces, los altos minaretes, los muros recamados de entonces, pensaría que tu
ibas a salir riendo, detrás de alguno de ellos. Que te habías ocultado, para
jugar, como entonces... pero ¿que queda aquí de cuanto fue? piedras, añicos,
piedras hechas añicos. Y mi amor... nuestro amor. Abderramán: pueden el tiempo
y los hombres arruinar la ciudad más hermosa que los hombres y el tiempo
conocieron, pero ni el Todopoderoso puede hacer que se acabe el amor por el que
esa ciudad fue construida. Sobre ella Abderramán, para ti y para mí se
detuvieron las constelaciones... gracias, amor, porque en tus manos era todo un
milagro, porque a tu lado, mientras duro, me persuadiste de que la muerte no
estaba invitada a nuestra fiesta, que yo era eterna y eterno tu y eterna la alegría.
Gracias, amor, Abderramán por el pacto que hicimos bajo esta misma luna
que entonces plateaba los jardines, empapaba los patios de blancura, rielaba en
los estanques. Nuestro pacto de la primera noche...
¡Ay que cerca estuvimos y hoy que lejos! ¿Cuantas veces debo
descender todavía antes de estar de nuevo entre tus brazos? porque ninguna
mujer ha sido más amada que yo, pero ninguna tampoco ha sido más amante...
Recuerdo la primera vez que te vi. Fue en el patio de
los naranjos de la gran aljama: un lugar que era el corazón de Córdoba, cuando Córdoba
era el corazón del mundo. Y tú, el primer califa omeya independiente de Bagdad.
Convivían aquí todas las razas, todas las religiones. Venían sabios de Persia y
de Bizancio, alarifes de damasco y Alejandría, músicos y poetas de los rincones
más remotos, y Córdoba asombrada y asombrosa, asimilaba todo. Eras el rey del más
libre y más culto de los reinos: donde el luto era blanco. Y la bandera... los
reyes cristianos eran como alcaldes de aldea, y vivían como alcaldes de aldea
comparados contigo. Tu recibías regalos prodigiosos de monarcas lejanos, las más
bellas esclavas de todos los países... yo fui una de ellas, mi amor...
Sucedió una mañana, yo oía aquí, asustada hablar
tantos idiomas... venia de Elvira, tosca en la sierra nevada. Estaba entre mis
compañeras igual que una cordera aguardando el cuchillo. Se escuchaban las campanas
mozárabes y las voces de los almuédanos. El aire olía a la flor de los
naranjos...
Era un mundo tan nuevo para mí que llegaba desde las nieves
de mi sierra... y llegaba en abril, cuando a la sombra de tus triunfos,
alrededor del patio administraban justicia los alfaquíes y sabiduría los
maestros, los adinerados pujaban en subastas de códices y extrañas obras de
arte, recitaban los jóvenes versos de amor, leían con las piernas cruzadas al
sol los eruditos, tañían y cantaban las esclavas canciones de sus tierras, erguían
las bailarinas sus pechos en la danza... yo lo miraba todo consternada igual
que una cordera aguardando el cuchillo... tenía quince años y olía el aire a la
flor del naranjo.
Una oleada de ruido y movimiento se produjo de pronto.
El califa llegaba. Lo vi a través de muchos otros rostros. No lo había visto
antes, pero supe quien era... eras tú, Abderramán, en tu pelo dorado había ya
plata. Te vi sereno y dulce, pensé: "así debe ser dios"... de
repente, todo el cortejo se detuvo. Tú te habías detenido al llegar a mi
altura. Con un gesto apartaste la muchedumbre que nos separaba. Sin parpadear,
sin sonreír, sin prisa te acercaste a mí como quien va rectamente a su sino. Lo
mismo que una cordera siente el filo de un cuchillo sentí yo tu mirada. Y baje
la cabeza.
ABDHERRAMAN: ¿cómo te llamas?
AZAHARA: Azahara, señor
ABD: este mañana todo huele a azahar. Este mañana todo huele
a ti, bendito sea quien te llamo Azahara
AZA: flor me llamaron cuando nací, mi destino no hizo más
que obedecer al nombre que me dieron.
ABD: yo hare que tu nombre jamás sea olvidado.
AZA: Medina Azahara hiciste, Abderramán, y jamás los ojos de
los hombres habían visto, ni vieron, ni verán una ciudad como ella.
Todo el orbe se conjuro para obrar la maravilla. Los
mares se cubrieron de bajeles que zarpaban de áfrica, siria, Italia y Grecia
con presentes para medina Azahara. De Túnez y de media vinieron jaspes verdes y
rosados. Cuanto quedaba de Cartago fue traído hasta aquí. Roma envió columnas. Bizancio,
pórfidos y mosaicos, Tarragona, Málaga y Almería mármoles vinosos y blancos y
rayados. Aquí, las piedras eran como flores y las flores eran piedras
preciosas. De los artesonados colgaban gruesas perlas. Bajo los pavimentos, las
acequias hacían sonar el agua de treinta y ocho modos diferentes, para exaltar
o adormecer o serenar el ánimo. Más de seis mil columnas tuvo, más de quince
mil...
El día que me trajiste, para que ni los pies de los esclavos
que transportaban mi litera se mancharan de tierra, tapizaste el camino con
polvo de oro, nardos y canela... en el aposento donde tú y yo nos encontrábamos
sus altas bóvedas eran laminas de oro y plata, ahí estaba la fuente donde yo me
bañaba, de jade verde incrustado en perlas, alrededor doce animales hechos de
oro rojo, de cuyas bocas brotaban chorros de agua. Aquí me estrechaste, amor mío,
una tarde. Me estrechaste como el héroe a su espada y mis trenzas caían desde
tus hombros como dos tahalíes.
Un cristiano te reprocho amar tanto a una esclava como
yo. Yo, tras la celosía, escuche tu respuesta: “si yo pudiese mandar en mi
amor, quizá no la querría, pero a tanto no llega mi poder. No la amo porque sus
labios sean dulces, ni brillantes sus ojos, ni sus parpados suaves. No la amo
porque entre sus dedos salte mi gozo y juegue como juegan los días con la
esperanza. No la amo porque su cuerpo sea para mí la única primavera. No la amo
porque, al mirarla sienta en la garganta el agua y al mismo tiempo una sed
insaciable. La amo sencillamente porque no puedo hacer otra cosa que amarla.”
Se llamaba Azahara esta ciudad, no podía durar mucho más que
Azahara, pero ¿que nos importa? Mi amor por ti no necesita de la
vida para seguir ardiendo.
En todas las piedras ordenaste escribir tu amor por mí. Por
si algún día algo terrible las quebrara, cada fragmento seria una prueba de
amor.
Un día me dijiste: quisiera demostrar que nadie amo en el
mundo a nadie como yo te amo a ti ¿que puede hacer?
Mirarme Abderramán, mirarme. El seños se ha fijado en la
pequeñez de su esclava. Basta con eso para que mi espíritu glorifique al señor,
desde aquel día ¡ay cuando llanto se ha llevado el agua! pero insististe...
Que te falta?
Córdoba es el espejo del mundo, Abderramán su más brillante adorno,
tu le has dado la belleza y la paz esas dos fuentes de la sabiduría, pero hay
algo que a Córdoba le falta y yo tuve antes en mi sierra de Elvira.
Dime que es y lo tendrás aquí también
No es posible, dios ha distribuido a su gusto el monte y la llanura
el frio y el calor. A tu sierra la llaman la morena, a mi sierra la nevada, yo
de niña, en invierno pasaba las tardes con los ojos perdidos viendo caer la
nieve, en Córdoba no nieva, ni con todo tu imperio, podrías conseguir que en Córdoba
nevara.
"nevara para ti Azahara, mi amor hará que
nieve"
Y cubriste de almendros el yebel alarus (lo llaman el
monte de la amada) y tu sierra morena se puso blanca como una novia, blanca
como la mía. la mañana en que vi tu nieve perfumada creí morir de amor, tanto
que, cada año el día en que florecen los almendros, desciendo para darte las
gracias... gracias por la ternura y el calor de tu nieve, Abderramán, dueño de
mi, mi dueño, dueño mío...
Perdón por la transcripción. Podría haberla copiado y pegarla, pero perdería toda la emoción como la que sentí la primera vez que la leí.